Mi reflejo
La intención de este post es abrirme en canal, explicarte el dolor que he sentido a lo largo de mi vida al ver mi reflejo en el espejo y lo mucho que lo amo a día de hoy. Y aunque no todos los días una se mira con los mismos ojos, la base desde la que nos miramos ha de ser desde el profundo amor.
Por si te sirve para amarte más o simplemente para que puedas reflexionar y empezar a trabajar en la forma en que te relacionas con tu cuerpo y cómo lo ves. Empieza pensando que elegimos nuestro cuerpo antes de aterrizar en esta experiencia terrenal.
Lo elegimos para trabajar, sanar y evolucionar.
Así que no es tan extraño que sientas incomodidades con él y que haya partes que no te gusten e incluso te molesten.
Ahí es donde reside la grandeza del trabajo que realizamos con los años, hasta llegar a sentir un profundo amor por el vehículo que transporta nuestra alma.
El rechazo hacia mi cuerpo nace de una sociedad que un día, en un concurso de canto, prefirió juzgarme por mi cuerpo y no por mi voz.
Resulta que canto desde pequeña. He tenido la suerte de nacer con una voz preciosa y con la capacidad de ser autodidacta a la hora de aprender a cantar. Y lo digo así porque es uno de nuestros grandes aprendizajes: comunicar desde el amor todo aquello que se nos da bien, o los dones con los que llegamos al mundo y que podemos aportar a la sociedad desde nuestra autenticidad.
Vivimos en un mundo en el que, si expresamos nuestros dones, parece que nos sentimos superiores, y no es así.
El autorreconocimiento es un acto de amor hacia nosotros mismos.
En dicho concurso de canto, después de realizar mi interpretación y cantar de maravilla, le dijeron a mi madre que yo cantaba como los ángeles, pero que precisaban niñas más “menuditas”.
Nunca olvidaré la cara de mi madre. Creo que le dolió más a ella que a mí; ahora yo soy madre y lo entiendo.
Los hijos duelen demasiado, más que un desgarro en tu cuerpo físico.
Después de esto, seguí cantando, pero el rechazo siempre era por el físico. Hasta que un buen día, dejé de cantar. Esto fue calando muy profundo en mí, en la forma en que me relacionaba conmigo misma y con los alimentos.
Desarrollé creencias muy negativas y dolorosas hasta padecer un TCA (trastorno de la conducta alimentaria), pero este es otro tema más extenso que os explicaré en otro momento.
Un día, Andrés, un buen amigo y facilitador como yo, uno de los pocos que han perdurado desde mi adolescencia, me propuso hacer una sesión de activación de la kundalini.
¿Sabes eso de que a veces los amigos te salvan…? Pues así fue. Gracias a él, la kundalini llegó a mí, desbloqueando mi chakra de la garganta y ayudándome a cantar de nuevo.
Desde entonces, no he dejado de cantar. También, gracias a la kundalini, pude empezar poco a poco el camino del amor propio, la veneración de mi físico y la reconexión con mi ser.
La kundalini me ayudó a encontrar nuevos hábitos, costumbres y relaciones, y a conocer y detectar traumas que impactaron de lleno en mi salud física. Nunca es tarde para empezar a amarnos.
Así que, si no te gusta tu reflejo, está bien que tomes acciones para cambiarlo, pero desde el amor y el respeto.
Las mil cosas que había probado nunca funcionaron porque no las hacía desde el amor, sino desde la necesidad de aceptación por parte de una sociedad que me juzgó por un cuerpo que, bajo su criterio, no encajaba.